El león pequeño que quiso ser rey y no pudo

No he visto que Obama pierda los estribos. No he visto que ni siquiera Castro lo haga. Incluso un Gaddafi.

Obama siempre se presenta de una manera que, al no encontrar mejor palabra tenemos que decir, “cool”.

Quizá uno de los atributos que debe tener un mandatario deba ser el mantener siempre la calma. Pese a que muchas veces no la tenga, a que se vea atacado por todos los flancos.  Calma, templanza, sobriedad: equilibrio.

Jamás vimos a Gaddafi enojado, jamás vimos a Bin Laden partiendose en ira. Siempre cool. Ni siquiera George W Bush, un mediocre gobernante. Siempre “aparecía en control de la situación”.

Hay uno que ha sido el más afamado y nefasto referente: Hitler. Este sí, siempre iracundo, siempre en corajes, pero (sin ánimo de halagarlo) con una inteligencia terrorífica. Por un pelo de rana logra sus objetivos. Pero, el ego de papel, los traumas de la infancia y la estupidez terminaron por derrotarlo.

Quienes dejan estallar su impotencia generan su propio descrédito, la incredulidad con que se recibe su mensaje. Recuerdo a uno mexicano: José López Portillo. Y actualmente tenemos a otro: Felipe Calderón Hinojosa.

Por más que se le quisiese asesorar indicándole una y otra vez que se mantenga calmado, que controle su temperamento, es imposible. El señor no entiende. Y no entiende porque no puede controlar su ira. Ira que significa impotencia. Ira que se traduce como, “estoy contra la pared”, “en un callejón sin salida”.

Solo hasta que fue presidente pudimos ver los alcances de su irritabilidad constante, de sus arranques quasi infantiles.

Recordemos la carta que le escribiera Castillo Peraza, anotándole puntualmente esos vicios que tendría que aprender a amansar. Castillo le dice que no sabe delegar, que todo lo quiere controlar él mismo porque no confía en nadie. Que no debe exaltarse de todo, que controle su temperamento.

El propio Diego Fernández de Ceballos, enojón como ninguno pero certero en sus disparos, inteligente, astuto, que se ve disfruta del reto, de litigar, también lo comentó, “Felipe es de mecha corta.”

Así ha sido durante todos estos años. Siempre fue así, pero todo ello cobró mayúsculas consecuencias cuando el poder lo envolvió.

El poder corrompe, es difícil resistirse, nos hace sentir superiores.

Si con ello hay brillantez de pensamiento y puntería en las acciones, el poder puede dar frutos que beneficien a la mayoría. Cuando no, simplemente se torna una envoltura de frustración.

Algún día saldrá todo a la luz (ya hemos visto destellos) pero cada vez más se confirma la idea de que “alguien” -uno de sus asesores- le aconsejó dirigir todos sus embates a una guerra vs el narcotráfico. Una idea de guerra que sería esparcida en imágenes y percepción de miedo.

Le vendieron la idea de que “el miedo vende”, de que el miedo hace que la gente se sosiegue, que todos los demás problemas “se olviden” o mitiguen. Pues no fue así.

Y si ni siquiera le resultó a Estados Unidos en su guerra contra Vietman, en su ataque a Irak, en su fracaso contra Al Qaeda, ¿qué podríamos esperar aquí?

Ya se sabe, no hubo ni hay estrategia. Cortina de humo sí.

Pero el humo se ha disipado y solo queda un león que quiso ser rey y no supo cómo. Que se retirará sintiendo en sus adentros cómo el mundo reprobó sus actos. Un presidente que no deja nada relevante más que muertes inocentes.

Una economía sólida alega. Sí, una economía que debe su estabilidad (hasta ahora) a un gobierno que no fue panista.

Un gobernante que, contradictoriamente en el tiempo no pasará como el peor, sino como el mediocre.

Necio, cerrado e inflado por el ego frágil de quien sabe que nadie le hace caso si no es porque tiene una banda oficial.

Alguien que nunca fue ni será líder.

Un hombre mediano que hizo una función suficiente cuando era oposición, eficiente como mediador y político en sus bancadas, y como presidente de su partido. Cosa muy distinta dirigir el destino de un país. Falló totalmente.

También, como es ya costumbre de un partido como el de Acción Nacional, regidos por la soberbia y la prepotencia, no habrá análisis ni autocrítica.

En sus términos: no habrá examen de conciencia. Ellos están montados en su  macho de que están bien.

Lo malo es que los platos rotos los paga la gente que no tiene vela en el entierro, a excepción del de sus seres queridos que han dejado de vivir.

No fue una guerra propiamente dicha. Fue una guerra región 4, pirata, chafa, mexicana.

Una guerra llega a tener incluso un tono de honor. Una guerra honorable encierra un ideal, la libertad de un pueblo, la lucha contra la tiranía.

Por más que se quiera dignificar una lucha (necesaria, vital) contra el narco, esta jamás tendrá un velo de honorabilidad, es tan o más corriente que el asalto a mano armada.

El propio gobierno de Calderón le dio una superlatividad mediática que no era necesaria. Pese a que cause malestares una manera de disminuir esto será justamente através de los medios de información.  Mientras la lucha tendrá que continuar, con todas sus intrigas. Porque la realidad es que el consumo y venta de droga no va a desaparecer de la noche a la mañana. Es posible mitigarla pero no va a desaparecer.

El león que quiso ser rey y no pudo porque se quedó en el hecho de que lo era. Nunca aprendió de la humildad, de escuchar y de ver por sus gobernados.

Lo devoró la máquina que hasta ahora continuamos llamando “el sistema”. Lo devoró su incapacidad, su cerrazón de miras.

Se colocó una melena artificial y confundió la firmeza con la gritera. No actuó con valor.

Hay decenas de ejemplos de personas que han sufrido en carne propia vejaciones y agravios, que su pueblo ha sido violado y torturado, que se dedican a luchar por sus derechos, a aliviar sus penas, y no se muestran con esa ira desatada ni ese gesto que únicamente refleja lo que la historia ya sabe: lo rebasó su presente, lo rebasó su personalidad.

El león se va agachado, pero aún con su ira y frustración. Se irá mentando madres, seguro. Se justificará, racionalizará sus torpes decisiones. No tiene remedio.

Uno de los peores presidentes de México y uno de los que menos honor hizo a los fundadores de esta Nación.

Que con su pan se lo coma y esperamos no lo tome como ataque, sino como una ineludible verdad.

Política: la serpiente de mil cabezas

Hay momentos en que pareciera que ese pensar griego fue en realidad la ironía más fina y sabia que pudieron habernos legado. Cuando uno piensa en la polis, en política o más aún en democracia, la apabullante ramificación de significados e interpretaciones nos causa vértigo y luego una atónita parálisis.

Sobre todo cuando no falta un día en que un académico, un periodista, un analista o experto aborde esos conceptos y con ellos construya su disertación en pos de una reflexión lúcida que señale el camino a andar.

Los especialistas razonan mucho y razonan bien, sus pensamientos son dignos de reflexionarse, pero jamás han pasado al campo de la praxis. Si los griegos proclamaban que la política debía ser ejercida por los sabios, entonces estos serían los políticos. Vemos desde hace centenares de años que no es así.

¿Requerimos nuevos conceptos o una redefinición de ellos?

Es muy vago decir que la polis busca que la gente viva bien o mejor. Eslogan vacío, propagandístico, barato. Sin fondo.

¿Qué es vivir bien? ¿La mayoría se conformaría con el salario mínimo? ¿Es vivir o existir? ¿Es vivir o sobrevivir?

Ese sentir social, ese pulso de la cultura que muchas veces no viene como tal en los libros, que puede presentar contradicciones, adhesiones o detractores, se respira y es innegable:

Un político es visto como una persona que tiene habilidades de palabra para, mediante sofismas o rollo, obtener la aprobación de la ciudadanía o la firma de una negociación. Un político negocia. La política es un negociar y es un negocio.

Bajo la superficie que vende la idea de que todo ello es para el bien común, la realidad palpable es que se busca el beneficio, en primer lugar del líder de un partido o sub agrupación y/o el personal.

Hoy en día no sabemos bien a bien quién gobierna en realidad. Sí lo sabemos: gobierna el dinero. Los negocios.

Las ideologías han desaparecido. Las tendencias izquierda o derecha son nada. No tienen sustento concreto. No hay ideas pero sí un deseo de hacerse de más dinero y poder.

Y nuevamente, negocios que pudiesen permear a la sociedad toda sería lo ideal. Negociar no es malo, si nos vamos a poner adjetivos calificativos. Sucede que se negocia para robar.

La democracia solo es creíble y contundente como concepto en la medida en que es la acción y efecto de emitir un voto. Nada más. Todo lo que ha derivado de ello ha sido palabra vacía que busca envolver, que hace política.

La política es el arte de envolver para convencer.

La política, curiosamente igual que la publicidad, no es profunda. No puede serlo, no es su función.

Los discursos de los políticos dicen tal cual lo que quieren que la gente crea. Como la publicidad. Pero no busca que haya un análisis de ello.

Esto lo hacen los especialistas que escarvan en cada sentencia para “interpretar” lo que “trataron de decir”. Y así es.

Pero lo cierto es que para la masa de personas que no profundiza en ello, lo que oye y ve es lo que recibe, sin más. Pese a que en las tertulias familiares aparenten disectar todo y en el mismo nivel que sus encuentros de fútbol.

Todos negamos la política y todos dependemos de ella. Mejor dicho: de los políticos.

Si un político se define como alguien embaucador, negociante, serpiente de los mil recovecos, ¿cómo podemos esperar que las cosas cambien?

Es una doble naturaleza: se creen sus palabras. Como aquel o aquella que se acuesta con una persona desconocida y llega tan campante a su casa sin ningún asomo de remordimiento.

Es una actitud, casi un estilo de vida que es así. La gente dentro de la política lo sabe. Es un juego el atacarse. No en pocos casos la rivalidad se caldea y las venganzas se multiplican.

Alguien dedicado a la política no puede ser un inocente.

Alguien que quiere estar en la política no quiere “servir a la gente” sino servirse de ella. Alguien que quiere el bien común, en principio, no necesita que le paguen un céntimo.

Alguien dedicado a la política tiene que “saber hacer acuerdos”. Y esas cadenas son imposibles de romper.

No existe ya una distinción real entre partidos. Es una ilusión con la que ellos han jugado, tal vez sin darse total cuenta. Nosotros vemos un teatro de espejismos.

Una posibilidad a probar, porque al final son humanos y humano con poder tiende a perderse, es que dirigan al país, ya no negociantes (políticos y/o empresarios) sino personas que provengan de ámbitos más cercanos a la comunidad. Se reprochará que dichas personas carecen de conocimientos de economía para poder “hacer que avance un país”. Pero se tienen asesores.

De nuevo hemos visto que una profesión específica no significa que sea la ideal para gobernar un país. Puede serlo un abogado, un empresario, un economista..y por qué no, un luchador social.

La cuestión radica en ¿de quiénes se rodea esa persona para poder dirigir un país?

Al final, todo se reduce, no a la política, no a los negocios, no a tal o cual sistema, no al capitalismo o socialismo, o libre mercado o globalización…todo se reduce simplemente a una cosa: no es posible hacer que un país crezca (sea lo que signifique eso) si no se reparte equitativamente la ganancia.

Para acabar pronto: ¿cómo hacer que un político, un empresario o una persona cualquiera deje de robar si tiene la oportunidad de hacerlo?

Por eso los jóvenes miran a otra parte cuando se habla de política. Porque las teorías son hermosas, porque los analistas se dan rienda suelta arreglando el mundo desde su programa de televisión o su columna de periódico, pero, ¿cuántos de ellos se lanzarían a llevar a la práctica sus teorías?

Cada quien muy cómodo en su sillón. Es más fácil criticar. Como lo hacemos ahora. ¿Qué hacer?

Hoy nuestra primera preocupación es comprarnos algo nuevo, además de tener que pagar los gastos de haber tenido hijos.

Hoy otros, como pleito vecinal, defienden quién es el más macho, quién es mejor profesor, quién tiene el mejor nivel, se enfrascan en diatribas que tienen que ver con salarios, prestaciones, pero también con el tan sonado prestigio. No con la gente, no con la sociedad. Nuestros malditos egos.

Por lo pronto, tenemos que reconocer que la mayoría de la gente somos tendientes a querer “chingarnos al otro”. Que hacemos cosas indecibles para despretigiar a aquel que nos da envidia. Sí, cualquiera que pierda los estribos en una polémica supuestamente racional e incluso intelectual, se revela como el envidioso, y más profundamente: como el impotente.

Y así hasta abajo: no devolvemos un libro prestado, un disco, nos hacemos tontos con un préstamo que se nos otorga, buscamos pretextos, alegamos, inventamos excusas.

Llegamos tarde al trabajo, no queremos volver a casa “por el tráfico” y nos quedamos en la oficina “porque tenemos mucho trabajo” cuando en realidad estamos con la amante o en el chat.

Nos engañamos todos a todos y a nosotros mismos: seres políticos que dice Platón (el pastor y el tejedor) que somos.